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EUSEBIO GARCIA DE PESQl/EEA los aldeanos galileos, en un incansable recorrer to– dos los pueblos de aquella región marginada. Las si– nagogas locales, primero, luego también las calles, las plazas y los campos fueron e:3cenario de aquel proclamar con autoridad la llegada del Reino de Dios (Le. 4, 14-15). Para tener ya desde ahora una buena visión de conjunto, aunque muy esquemática, de lo que eso sig– nifica, voy a transcribir aquí una importante nota de la Biblia de Jerusalén al texto de Mt. 4, 17: «La Realeza (o más bien Reinado) de Dios sobre el pueblo elegido, y a tmvés de él, sobre el mundo en– ter-o, es el tema central de la predicación de Jesús, como era también el ideal teocrático del Antiguo Tes– tamento. «Esto implica un Reino de 'santos', cuyo Rey ver– dadero ha de ser Dios, ya que su reinado será acep– tado por ellos con pleno conocimiento y amor. «El Reinado divino, comprometido ya en el prin– cipio por la rebelión del pecado, ha de hacerse reali– dad por una intervención soberana de 1 l mismo Dios y de su )Mesías' (Dn. 2, 28). «Es esta intervención, la que Jesús, después de su precursor Juan Bautista, empezó a anunciar como inminente ... , y que El mismo fue llevando a cabo, si bien no por medio de un triunfo bélico y nacionalista, como esperaban sus connacionales, sino de una ma– nera enteramente espiritual, como «Hijo del hombre» -44-
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