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:(l!IARAN ATHAll>, ¡ EL SEÑOR VUELVE! y vi a Uno con figura de hombre; pero... tenía sem– blante de sol resplandeciendo con toda su fuerza. Caí a sus pies como muerto. »Pero él puso su mano derecha sobre mí, y me dijo: 'No temas, soy yo, el mismo de antes: el de antes y el de siempre. Estuve muerto, y ya ves cómo vivo para los siglos sin fin; y tengo también las llaves de la muerte y del Abismo ... » (Ap. 1, 9-18). Ni Pablo ni Juan, ante el Jesús inenarrablemente Glorificado, hubieran podido tener el gesto que ha– bían tenido las piadosas mujeres ante el Jesús sim– plemente Resucitado: »Cuando ellas volvían del sepulcro, les salió de pronto al encuentro el mismo Jesús, saludándolas con un «Dios os guarde». Y ellas se fueron a él) abrazán– dose a sus pies y rindiéndole homenaje... » (Mt. 28, 9). Es necesario observar, que ese impacto apabullante que causa la visión de Jesús gkrificado, no se debe precisamente a su 'Gloria', pues en el cielo la contemplan de continuo los bienaventurados, sin estremecimiento, en un éx– tasis que es todo serenidad, gozo y complacencia, sino a nuestra total 'inadaptación' de ahora para contemplar unas realidades que nos desbordan po:r completo, por estar de Heno sobre nuestro pobre «or~ den natural». - 215 -

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