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<Cl:IIARAN ATHA». ¡ EL SEÑOR VUELVE! automóviles que pasaban raudos y brillantes en am– bas direccionEs; por encima de nuestras cabezas flo– taba la blanca cinta soleada que acababa de dejar el paso de un avión reactor... ¿No completaba aquello la belleza armónica del paisaje -luz, verdor, azul, horizontes-, poniendo sobre él la confortadora prueba del señorío que el hombre es capaz de ejercer sobre este conjunto de seres y cosas que constituyen su «ambiente» y sus dominios? ¿O, tal vez, aquello -espectacular resultado de una ciencia y una técnica que enorgullecen al hom– bre-, más q1:e acertado y provechoso dominio de la Naturaleza, era, de verdad, poderosa contribución a la degradación de la misma, al deterioro del mundo y a la consiguiente ruina de todos nosotros ? La opinión de mis interlocutores no dejaba lugar a dudas: todo aquello -el correr de los automóvileB, que lanzaban al aire continuas dosis de gases tóxicos y de polvo ar:ificial, el volar de los aviones, lanzando mayor cantidad de gases nocivos y rompiendo estre– pitosamente el equilibrio atmosférico-, todo aquello era una codribución más, poderosa contribución, a esta obra, q:ie parece ya imparable, de estropear entre todos lo que todos necesitamos perentoriamen– te para vivir. Hablando así, de ese enorme y creciente peligro de la contaminación -que está destruyendo hoy -183 -

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