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><l\!'.ARAN ATHAll. j EL SEÑOR VUELVE! mos, que era efectivamente el Mesws esperadoj y Je– sucristo, qi!e se dejó aclamar, tomó en aquel momen– to posesiór, pública oficial de su misión mesiánica, quedando in·:estido por la aclamación del pueblo, que por tal le reconocía. Y la prueba es que acto seguido de su investidura se personó en el templo y lo inspec– cionó todo, como tomando posesión del mismo; y en los días siguientes, exclusivamente enseñó desde el templo, como podemos comprobar por los siguien– tes pasajes: Marcos, 11-15: «Así, entró Jesús en Je– rusalén, y se fue al templo, donde, después de habe? observado p:::ir una y otra parte todas las cosas, sien– do ya tarde, se salió a Betania con los doce». Mateo, 21-12: «Habiendo entrado Jesús en el templo de Dios, echó fuera de él a todos los que vendían allí y com– praban; y c.erribó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían las palomas». Lucas, 19-47: «Y enseñaba todos los días en el templo», etc. Lo que hicieron los judíos aparece como un con– trasentido de tal calibre que, con toda propiedad, pue– de decirse que no sabían lo que se hacían. Ahora bien: ¿cómo es posible que el pueblo, o la mayoría ¿e1 pueblo, después de haber aclamado a Jesús por Mesías, pidiese y consintiese sin protesta que le condflnaran a muerte? Vemos en San Juan, 11-34, el siguiente pasaje: «Replicóle la gente: Nosotros sabemos por la Ley - 169 -

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