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<:MARAN ATHA», i EL SEÑOR VUELVE! ¿Qué pocUa esperar después de tal actitud y ante los perniciosos resultados de su insensata expe– riencia? Dios, que muy bien podía haberse desentendido de aquella criatlra necia y rebelde, abandonándola a si misma, tuvo por el contrario, una admirable miseri– cordia hacia ella, poniendo en marcha el proceso de una altísima Restauración. -«Cuando, por desobediencia, el hombre perdió tu amistad, :10 lo abandonaste al poder de la Muerte, «sino que, compadecido, tendiste la mano a todos, para que te -:lncuentre el que te busca. «Reiteraste luego tu Alianza a los hombres, «por los profetas los fuiste llevando con la espe– ranza de salvación». Sí, por los profetas Dios fue llevando a los hom– bres, durante siglos y siglos, con la esperanza cre– ciente de una futura Salvación; y progresivamente iba apareciendo más claro que tal Salvación sería la Obra de Alguien que «había de venir» ... ¿Quién? ¡Un « Ungido» de Dios! El Ungido por antonoma– sia. En su persona se darían aunados los tres pode– res que se r~quieren para la buena conducción do un pueblo: sería a la vez Rey, Profeta y Sacerdote. En la m.r.r,:rcha, pues, de Za Salvación, es el Ungi– do qu,ien soberanamente cuenta. Todo tiene que ver -13-
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