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,i;rJ:ARAN ATHA». j EL SEÑOU VUELVE! que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de tu realeza. Tu casa y tu reino durarán para siempre ante mí; tu trono se mantendrá firme ... » (2 S. 7, 11- 12 y 16). Se le prometió igualmente que en ese trono que no puede caer, 3e sentaría uno de su linaje) cuyo reinado no había de pasar (Is. 9, 5-6). Son unas promesas o compromisos por parte de Dios, que se confirman y repiten a lo largo de las pá– ginas sagradas ... < 1 ) Y viene finalmente Simón Pedro, en los días cru– ciales de Is::-ael, a proclamar ante las multitudes de Jerusalén, c;_ue es precisamente su Maestro, el Jesús de Nazaret que ellos han rechazado, el heredero y (1) El mismo Jesús se afirmó categól'icamente, ante el que era entonces para su pueblo un tribunal de superior instancia, el del Pro" curador o Gobernador romano, como el Rey de Israel, o Rey de los judíos. El Procurador-juez, Poncio Pilato, sentado en su tribunal, le pre• gunta en el c.•11rso del interrogatorio oficial: «¿Eres tzí el Rey de los judíos?" El interrogado, antes de responder a tan precisa pregunta, trata de dar a entender a que! hombre gentil la índole singular de su Reino... Pero ante el apremio de Pilato, que quiere una respuesta clara para su pregunta, Jesús se la da con estas palabras: -«Sí; cor-io tú dices, yo soy Rey. «Yo, para e,to he nacido y para esto he venido al mundo; estoy para áar testimonio de la verdad>> (Jn. 18, 33-37). Por eso de c¡ue había venido y estaba entre los hombres pai·a servir a la verdad, y nada más que a la verdad (aunque no hubiese llegado aún el momento de proclamar 'toda la verdad'), él no podía callarse en cuestión de tan vital importancia, aunque tal 'confesión' diera a los di– rigentes de su pueblo el argumento decisivo para arrnncar al juez roma– no una sentencia de muerte (Jn. 19, 12-16 ). - 137 -
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