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EUSEBIO GAB:CU liJE PJESQUEP.A Ahora sí que parecía seguro como nunca el bri– llante porvenir que les aguardaba, por haberse com– prometido con su Maestro, en aquel Reino que ya nadie le podría disputar. -« ¿Es ahora, Señm·> cuando vas a restaurar el Re-ino de Israel?» (He. 1, 6). La respuesta de Jesús, misteriosa para ellos, su– ficientemente clara para nosotros, debió de decepcio– narles ... Porque Jesús fue tajante: de momento no había que soñar en reinos; la misión que le's confia– ba, a la que ellos debían entregarse desde entonces, era bien distinta de la de figurar como primeros mi– nistros en el entorno de un Rey; y de parecida mane– ra, el inmediato destino de Israel iba a ser muy otro del que cabía esperar de una inmediata proclamación del Reino. Sin embargo, las palabras de la Anunciación, ni entonce's ni después han podido ser borradas. Si– guen ahí, como Palabra de Dios. Es decir, como pa– labra que no puede pasar sin cumplirse. -«El Señor Dios le dará el trono de David, su padre... ». A David se le prometió un trono que no podría quedar derribado nunca: «Yahvé te anuncia, que El te va a edificar una 'casa', casa real. Y cuando tus días se hayan cumplido, y te acuestes con tus pa– dres, yo afirmaré como sucesión tuya la descendencia -136 -
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