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EUSEBIO GARCIA DE PESQUERA muestran reacios como nunca a la aceptación del men– saje cristiano: los que nunca estuvieron en la Igle– sia, cada día parecen más lejos; y los que en Ella han estado, ¡y durante siglos!, van cayendo ahora, masi– vamente, en la Apostasía del final (2.ª Tes. 2, 3). Será acertado entender la expresión del Apóstol -«la totalidad de los gentiles» -a tenor de aquella otra de Jesús: «Se proclamará esta Buena Nueva del Reino por todo el mundo para que sirva de testimo– nio a todas las naciones j y entonces vendrá el fin» (Mt. 24, 14). Ni a «todo el mundo» de Jesús, ni a «la totalidad de los gentiles» de S. Pablo, se les puede dar el sen– tido obvio que estas expresiones tienen ahora para nuestras mentes, formadas en otro ambiente cultural. El «todo el mundo» de Jesús significa, sin duda, el 'mundo habitado' que entonces se conocía, la 'oiku– mene' que decían los griegos. Y la Buena Nueva del Reino fue bien pronto proclamada en todas las par– tes vitales de aquel mundo. De parecida manera, «la totalidad de los gentiles» del Apóstol habrá que circunscribirla al conjunto de pueblos no judíos que él, de algún modo, conocía. S. Pablo gustaba de tomar en bloque, sin mayores precisiones, las dos grandes colectividades que para él componían toda la humanidad: -ll8-
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