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80 FR. EUSEBIO GARCIA DE PESQUERA espera agitada... i Debía de haber varios chicos, pues sonaban charlas de voces diversas ! Al fin, alarg6 la mano, y abri6 la puerta de lleno ... Respir6, hondamente aliviado. Martín Bosque estaba allí... con otros siete chicos. Hubo presentaciones; se cambiaron saludos... , cordiales y serenos por :parte del Padre, encogidos y azarados por parte de los muchachos... Y se encontraron de pronto ante un ,pequeño, inesperado y fastidioso problema: ¿D6nde tener la reuni6n? Los recibidores estaban ocupados por algunas visitas ; allí, de plan– tones, viendo y oyendo continuamente a quienes pasaban, en– traban, salían ... , no podía pensarse en hacer cosa de provecho. El P. Fidel se decidi6 a pasarles al jardín del convento, reco– mendándoles antes que hablaran poco, y en voz baja, pues las ventanas de casi todas las celdas daban a aquel recinto interior, y fácilmente se molestaría a los que estuviesen leyendo o estu– diando. El jardín aparecía dividido en cuatro grandes cuadros por dos caminos que se cruzaban en el centro, y tenían a cada flanco tupidos setos de boj. En el centro del cuadro nordeste, con árboles muy juntos y algunas plantas trepadoras, se había formado-hacía ya mucho tiempo-como una pequeña y tran– quila estancia, a la que llamaban todos «la glorietan. Allí pensó de momento el P. Fidel que podían tener la reuni6n. pues hasta había unos toscos bancos de madera para sentarse ... Pero no, no era tampoco la glori,eta el lugar a prop6sito. Estaba de– masiado pr6xima a ciertas ventanas: ellos podían muy fácil– mente molestar, otros podían enterarse de todo ... No había más recurso que salir a la huerta, grande y de abiertos horizontes. Pero, ¡ otra nueva contrariedad ! : andaban entonces por ella los religiosos estudiantes, disfrutando de su hora dominical de recreo. El P. Fidel miró el reloj: dentro de diez minutos se retirarían ; había que tener un poco de paciencia. Entretuvo a sus muchachos lo mejor que supo, y fué informán– dose de sus nombres y apellidos, de sus ocupaciones, calles don– de vivían, etc... Sonó al fin la camp~nilla del 1 Colegio, y bien pronto, por los claustros-galerías, de la planta baja y por las escaleras empez6 a oírse el ruido de los j6venes religiosos que subían a sus habitaciones. Antes de que abandonara el jardín con los muchachos, el
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