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670 FR. EUSEBIO GARCIA DE PESQUERA ya el Padre, alejándose más cada minuto; y allí estaban ellos, solos y desamparados ... en el andén y en la vida. Fueron saliendo de la estación. Pero ¿ adónde ir? No tenían ganas de nada. Con andar lento pasaron el puente sobre el Ber– nesga, y por evitar el bullicio de Ordoño II echaron por el «Pa– seo de la Condesan arriba. Querían dar con algún sitio donde pudieran estar juntos, solos y tranquilos. Al fin ,lo encontraron, aunque no era del todo a. su gusto. Allí se dejaron caer sobre los asientos y empezó el desahogo de los sentimientos de -cada uno, que venían a confundirse en un mismo sentimiento general: e por qué nos lo habrán llevado? ¿ qué vamos a hacer ahora? A lo largo de toda la tarde se fueron evocando hasta las co– sillas más menudas de aquellos dos años y medio inolvidables ; años que ahora parecían sencillamente maravillosos y sin posi– bilidad de repetición... Aunque les enviaran otro Padre para sustituir al P. Fidel, ya nunca podría ser igual... ¡ Qué pena 1 Y a cada poco, alguien salía con la pregunta : ¿ dónde estará ya en estos :momentos?... Habrá pasado ya La Robla... Estará por Santa Lucía ... Seguramente anda ya cerca de Pajares... El P. Fidel iba en su departamento con :el pensamiento en– trañablemente fijo en los que había dejado. Tan pronto como los había perdido de vista, sacó su breviario ~ se dispuso a re– zar... por eUos. Mas no podía recogerse: estaba demasiado im– presionado. Con todo, no -cerró ,el libro; teniéndole abierto, aunque no rezara, le era más fácil evitar el habla o las preguntas de sus compañeros de viaje, y lo que él necesitaba era que le dejasen tranquilo con sus sentimientos y recuerdos. Todo fo de su estancia en León lo recordaba ahora como formando una inolvidable aventura que dejaría marcada para siempre su juventud y su cvida entera. Revivía con extraña luci– dez las cosas y las personas, desde aquella primera Asamblea de la V. O. T. en un domingo de febrero, con el primer discurso de María de la Gracia, hasta la desaparición de Josefina... ¡Josefina! ¡ Cuán entrañable se le hacía su memorial Voló con el pensamiento al blanco cementerio de Puente-Castro : allí habí'a quedado ella... j para siempre !... ; mas no precisamente i,.ellan, sino su pobre cuerpo, aguardando bajo el amparo de la

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