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TEMPORAS DE PRIMAVERA 637 y rimaba per.fectamente con lo dicho por Jesús al hablar en cierta ocasión de su propia muerte y sepultura: ·c(Si el grano de trigo no cae en el seno de la tierra, él solo permanece; pero si cae, se multip!ica en el fruto.,, Josefina iba a ser, de verdad, «sembrada>>, y esto resultaba hermoso a los ojos de la fe, aun– que terriblemente doloroso para los sentimientos humanos. Ya a punte de bajarla al hoyo abierto, el sacerdote entonó la última antífona del oficio fúnebre, una antífona de suprema esperanza, derivada de las palabras de }iesús a:nte la muerte de su •amigo Lázaro: «Yo soy la resurrecci6n y la vida; quien cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá. ll El P. Fidel quiso unir su canto al del sacerdote. No pudo: algo muy fuerte le apr,etaba la garganta. Los familiares de la muerta sollozaban abiertamente; él debía reaccionar con vio– lencia para no hacer lo mismo. Con todo, los ojos se le nublaban a cada segundo, y alguna lágrima rodaba furtivamente por el rostro que trataba de aparecer impasible. La tierra· iba cayendo sobre el ataúd... , y su caída repercutía despiadadamente sobre los corazones. ce¡ Adiós, Josefina queri– da! i Adiós para siempre !n, suspiró con acento desgarrador su pobr,e padre. Hubo que retirarle de allí. El P. Fidel encontró fuerzas para replicar, como si hablara consigo mismo: «No. Adiós para siempre, no. Volveremos a verla. Y quizá pronto ... A.quí dejamos sólo su cuerpo, sus despojos; su alma vive. Y este mismo cuerpo que aquí dejamos, aguardando queda la mañana de la r:esurrección.i> El sacerdote trazó por última vez la señal de la cruz sobre aquel montón de tierra removida: ((Concédele, Señor, el des– canso eterno, y la luz inextinguible resplandezca para ella.» Todo había terminado. ¡ Qué terrible moverse de allí y ell}– prender el camino de regreso... sin ella l ,«,¿ Es posible que ya no la veamos más ? El brillo aquel de su mirada, tan pura y tan hermosa, ¿ se habrá apagado para siempre? ¿-Por qué, Señor, te la has llevado ?n El P. Fidel, al entrar en su convento, esquivaba todo encuen– tro ,con religiosos, por no tener que hablar. Ya en la ,celda, se .dejó caer en una silla. No tenía ganas de nada. Estaba demasiado triste ...

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