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622 FR. El JSEBIO GARCIA DE PESQUERA Pero también llegaban días muy diferentes. Días de nuba– rrones ; y noches ,oscurísimas, en que la torturada criatura sentía sobre sí, ahogándole el alma, todo el horror de aquellas horas que Jesús conoció en Getsemaní. Tales congojas íntimas, unidas a la acción de su dolencia corporal, la dejaban extenuada. Y aunque trataba de responder a las disposiciones del Señgr con el :mismo amor y generosidad de siempre, en aquellos «días malos» no podía cantar como en otros mejores : «De mi Jesús el Corazón adoro: en él está la dicha del ~dén; es para mí el único tesoro ... » Le adoraba a El, y adoraba sus designios ; pero la di,cha del edén... estaba lejos, muy lejos. Aquellas hor,as eran las de re– petir con angustia las palabras del Gólgota: «Dios mfo, Dios mío: ¿ por:,qué me has abandonado?» Sólo el recuerdo ,e invocación de la Madrecita del Cielo ponía un rayo de luz •en la negrura de tales horas o jornadas, en que el alma palpaba toda la magnitud de su limitación y Dios parecía dejar enteramente suelto al terrible «poder de las tinieblas». IV Hacia mediados de junio ya empezaban a notarse bajas entre los chicos y chicas que asistían a los actos de la Juventud. Se entraba de lleno en el tiempo de las vacaciones, y los estu– diantes sobre todo, acabado el curso, iban levantando el vuelo. También se vdan en aquellos últimos cfr.culos de la temporada algunas caras nuevas, de quienes regresaban a casa después de haberse examinado en los ,centros universitarios de fuera donde cursaban sus estudios. Entr,e los que se iban, no faltaban nunca algunos más cum– plidos o más entusiastas que escribían al P. Fidel para darle cuenta de su vida y mantener así buen contacto con su querido centro de San Francisco. De las cartas llegadas a sus manos por aquellos días, el Padre

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