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620 FR. EUSEBIO GARCIA DE PESQUERA III Josefina no mejoraba. La pobre madre tenía más de una vez fatales temores, y se estremecía presintiendo ... ¡No! ¡ No querÍa pensar,lo ! ¡ No podía ser ! Con toda la fuerza que puede poner en su oración una madre angustiada, ella había pedido en los últimos días de mayo a la Reina de las flores que no se le marchitara sin remedio aquella su Josefina, que era ciertamente la flor más escogida de su hogar... Pero Ia Reina de las .flores, que había sido Madre Dolorida por antonomasia, aparentaba no hacer caso de la más tremenda súplica de una madre. Peor aún: parecía como si quisiera insi– nuar delicadamente, con su mir,ar y su sonrjsa, que el cielo es mucho mejor jardín que la tierra para ciertas flores. Entró el mes de junio. Era éste un mes particularmente amado por Josefina. Mes de plenitud primaveral, mes de los vencejos y las rosas, de tri– gales colmados y de ,amapolas en ellos, de fragante hierba en los prados y de lenguaje misterioso en las fuentes, tenía sobre todo el mér.ito de ser el «Mes del Sagrado Corazón». Y Josefina le amaba principalmente por esto. Con los trigales y las amapolas ry los prados y las fuentes, eUa, aprisionada en el lecho, sólo podía soñar; las rosas alguna vez acudían a visitarla en un manojo que le llevaba su mamá o alguna amiga delicada ; y en cuanto a los vencejos, más bien debería quejarse, porque todos los amaneceres llegaban a que– brar intempestivamente su frágil somnolencia con la algarabía frenética de sus vuelos y revuelos. Sólo el Divino Corazón era para ella, en su enfermedad, el mismo que había sido en los días mejores de la salud. Su amable imagen presidía todo e~ aquella habitación de «enferma para rato». Y los ojos de Josefina se volvían frecuentemente hacia El, diciéndole con la mirada mu– chas cosas .que los labios no sabrían explicar. A veces quería cantarle también algo, como sabía q'ue le can– taban en las iglesias durante el ejercicio de su mes ... ¿ No había sido -en una tarde de aquel mes de junio, y oyendo un canto suyo en San Francisco, cuando había tenido ella la que podía consi-

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