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60 FR. EUSEBIO GARCIA DE PESQUERA Al fin saltó en su mente la palabra d.eseada: ¡ PEREGRI– NACION ! Hecho el hallazgo, quedó él mismo admirado de que le hu– biera costado tanto esfuerzo, pues muy bien podía recordar ahora que más de una vez había considerado él mismo tal palabra-idea. ¿ No decía algo sobre eso la Sagrada Escritura? Parecía que cde sonabann ciertos textos... ¡Sí! Había varios pasajes del Nuevo Testamento en que se advertía a los cristianos su condición de «peregrinos», es decir, de hombres que van de viaje en busca de Dios. Trató en seguida de localizar aquellos textos... Fué derecho a las Epístolas de S. Pablo, pues sentía por este apóstol una admirativa predilección; y su búsqueda no resultó vana. En la carta 2. ª a los fieles de Corinto (V, 1-6) encontró algo que le pareció estupendo: «Sabemos que si nuestra casa terrena ( en la cual vivimos como en tienda de campaña) acaba deshaciéndose, edificio tenemos de Dios, casa no hecha de ma– nos, casa eterna, en los cielos. En esta de aquí abajo gemimos anhelantes, porque deseamos alcanzar aquella celestíal... Así, pues, confiamos osadamente en todo tiempo, sabiendo que mien– tras nos encontremos instalados en el cuerpo, andamos pere– grinando, lejos del Señor = iperegrinamur a Domino.>> El P. Fidiel levantó del libro sus ojos, y a través de la ven– tana envió-ni él mismo sabría decir a dónde-una mirada de muy honda complacencia. ¿ Seguía lloviendo? Seguramente ; pero ¿ cómo iba a darse cuenta de semejante menudencia? Su aten– ción, su concentrada atención, no marchaba e~tonces con el mirar de sus ojos corporales: estaba toda ell~ puesta en la mirada del espíritu, y ésta ·veía un contenido maravilloso en las escuetas frases de S. Pablo. Aquellas pocas líneas, que se leyeron rápidamente por pri– mera vez hace siglos en la cristiandad de Corinto, eran defini– tivas para entender la presencia del hombre sobre la tierra. El hombre no puede afianzarse ni instalarse plenamente bien en este mundo. y pasa él y pasan todas sus cosas, ,porque aquí está lejos de su verdadera morada, de la mansión «no hecha de ma– nos», la «casa eterna>>, que Dios le tiene preparada en los cielos.

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