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606 FR. EUSEBIO GARC!A DE PESQUERA cual, los antiguos cristianos se r,eunían al anochecer en la ,casa de Dios, y con lecturas de los Libros Santos, ,oraciones comunes y cantos litúrgicos, llenaban las horas de l,a ,ccvigilia». Una de las más bonitas c-eremonias era la presentación de las primicias de la nueva cosecha ante el altar del Señor, en nombre del cual el sacerdote las aceptaba y bendecía. Concluía todo con la ~o– lemne celebración del Santo Sa,crificio. A1go de aquella antigua liturgia ha quedado en la actual del Sábado de las Témporas de Pentecostés. La misa contiene cinco lecciones o ccepístolasn, y tres de ellas hablan sobre la cosecha nueva, dando instrucciones para la presentación de sus primi– cias al Señor Dios que la ha concedido ; las tres lecciones están tomadas del Levítico y Deuteronomio, y vienen a recordarnos el preponderante sentido que las solemnidades de Pentecostés tenían entr,e los israelitas. En Palestina, país de clima más bien cálido, a los cincuenta días de la Pascua-ccPentecostés»-los cereales estaban segados y recogida parte de la cosecha: e:ra, por consiguiente, muy justo que se ,celebrara una ccFiesta de la Recolección». alegr,ándose ,por los frutos conseguidos y dando gracias a Aquel de quien todo bien procede. Entre los cristianos, las Témporas de Pentecostés habían de tener por fuerza un sentido más espiritual: el de una gozosa ce– lebración de la plenitud de dones traída a la Iglesia y a las almas por la ccefusióml del EspÍritu Santo. < Qué mejor cosecha? Nada extraño que la misa de este Sábado de Témporas empiece jubi– losamente: «El amor que hay en Dios ha sido derramado en nuestros corazÓnes, i aleluya !, por el Espíritu Santo que nos ha escogido para morada suya, i aleluya ! j aleluya ! l> Y dice luego la oración: <eTe rogamos, Señor, que infundas en nuestras almas el Espíritu Santo, por cuya sabidurfo fuimos hechos, y cuya pro– videncia nos gobierna. >l Las ,expresiones de gozo por tantos dQd' nes recibidos se repiten una y otra vez: wj Aleluya ! El Espíritu es el que da vida; la carne, de nada aprovecha... Alabad al Señor todas las gentes: ensalzadle todos los pueblos. Porque se ha confirmado su misericordia sobre nosotros,, y su fidelidad se man– tiene por los siglosl> ... Sólo con gran esfuerzo pudo Josefina asistir a la misa de aquel hermoso sábado. Al levantarse, se sintió extraordinaria-

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