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596 FR. EUSEBIO GARCIA DE PESQUERA bía contemplado su primer muerto de guerra: el motorista que servía de enlace entre d puesto de mando divisionario, estable– cido en cierto pueblo de Castell6n, y las líneas del frente, que se alargaban por las laderas de los montes. Al r-egresar aquel muchacho de un acto de servicio. un certero cañonazo rojo lo había dejado tendido al borde de la carretera. Luego vino el entierro, en el cementerio de,} pueblecito: sobre la manchada lona de una camilla llegó el cadáv,er a su ,último aposento (una manta piadosa cubría los destrozos de la metralla) ; el responso postrero ... , el bajarlo al hoyo... ¡ Cómo evocaba el P. Fidel al comandante de la unidad, erguido penosamente sobre la tumba abierta, y e:imlamando: «Camarada X. de Z.: ¡Presente!». Luego, el arrojar un puñado de tierra encima del caído mientras los labios musitaban: ccDescansa en paz». Sí ; bien podían cantar ahora las promociones de muchachos adolescentes: <<Mis camaradas fueron a luchar, el gesto alegre, firme el ademán. La vida a España dieron al morir: hoy, grande y libre nace para mí.» cc Y a las banderas cantan victoria al paso de la paz; ya han florecido, rojas y frescas, la rosas en mi haz.» j Cuánto habían soñado con ese momento de la vuelta de las banderas victoriosas quienes habían ido recorriendo todos los largos calvarios de la guerra civil ! Movilizados en Cruzada Na– cional, no tenían miedo a hacer su vida breve con tal de hacer larga y venturosa la vida de la Patria. Que ,los que ahora can– taban fan ilusionadamente: ccLánzate al cielo, flecha de España, que un blanco has de encontrar; busca el Imperio, que ha de llegarte por cielo, tierra y mar.,, no los ,olvidaran nunca, ¡ nunca !
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