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588 FR. EUSEBIO GARCIA DE PESQUERA Dos días que vean a una con un chico, y en seguida tejen una novela... ¿ Es que no podemos estar un rato juntos, sin pensar en arreglos matrimoniales? T ambi,én se puede pasear y hablar como buenos amigos o ,como simples oompañeros de traba~o. Sí, muy posible todo lo que ella decía. Pero daba la casua– lidad de que no eran sólo «dos» los días en que se les podía ver juntos, y parecían entenderse demasiado bien para tratarse únicamente de compañerismo laboral. María de la Gracia se ruboúzaba tremendamente cuando su madrina hacía alguna referencia a «aquello». Y no digamos nada cuando era el P. Fidel quien le tiraba alguna indirecta, o no tan indirecta... -«¡ Qué malo ,es usted !--ex:elamaba a veces ella, poniéndose de muy subido ,color. La verdad era que entre las bromas del P. Fidel se ,escondía cierto dolor, muy contenido, porque su María de la Gracia hu– biese derivado hacia el noviazgo. El hubiera preferido algo dis– tinto para aquella joven tan llena de cualidades, y a quien quería tan de verdad, ,con singular afecto. Pero, hombre comprensivo y equilibrado, no quiso cerrarse ,en una clara hostilidad contra aquellas ,«relaciones», cuyo verdadero ,carácter de día en día aparecía a todos más inconfundible. Como San Pablo para sus buenos cristianos de Corinto, él hubiese querido la «mejor parten, la de una plena consagración a Dios, para su María de la Gracia ; pero comprendía que no era cosa precisamente suya el ~mponer un determinado rumbo en la vida a aquellas almas jóvenes que de algún modo se le habían confiado. Sólo Dios y ellas tenían la última palabra. Aún había más. De optar al fin por el matrimonio, María de la Gracia no debía contentarse con un ,pretendiente cualquiera ; el P. Fidel creía que ella estaba en condiciones de exigir mucho: un muchacho casi ,perfeto en todos los órdenes. Y de aquel «amigo» o compañero de oficina no sabía que tuviera particula– res virtudes... Por eso, en las entrev,istas con María de la Gracia, se le escapaban alguna vez ciertas expresiones que parecían rebajar al muchacho o daban a entender que no le tenía en mucha estima. Eran puntadas contra los sentimientos de la joven. Hasta que un día... Un día, la pobre María de la Gracia, que

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