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56 FR. EUSEBIO GARCIA DE PESQUERA María de la Gracia estaba inmóvil, con la mirada tendida va– gamente a la lejanía, como si quisiera seguir el curso de sus reflexiones. Inesperadamente vino a sacarla de ellas el rápido vuelo de un gorrión, ,que se posó en el saliente inferior de la galería. y, sin advsertir a la joven, se puso a picotear unas migas de pan que allí habían quedado. María de la Gracia continuó inmóvil, por no turbar al pajarillo. Y muy espontáneamente si– guió con sus pensamientos: ccT ambién este pobre gorr_ión pasa– rá... No sé qué oculto rincón presenciará su último aleteo ; no sé si acabará dolorosamente en fa trampa que ponga un chiquillo cualquier mañana de nieve, o si, de enfermedad para nosotros desconocida, morirá en su propio nido, bajo el alero de un tejado ... JJEl se siente con este hermoso día seguramente tan feliz como pueda sentirme yo ; pero de este día, y de todos sus demás días, ¿ qué qued.ará cuando le llegue ,el fin? El ha procurado siempre eso por lo que tantas veces suspiramos nosotros, las criaturas humanas: entregarse de lleno y confiadamente a la dicha de vivir. El no habrá conocido otros afanes que los que le impone su instinto: buscar alimento, gozar siempre que hay ocasión, alegrarse con sus compañeros y compañeras ... Pero ni de éstos ni de él quédar,á nada. ¡ Es triste, verdaderamente, el balance de la vida de un gorrión !... Y el de una vida humana puede ser muy parecido ... Yo no quiero, no, que el de la mía Ile,gue a ser así. Su vida es fugaz; la mía, también... ; pero yo tengo que hacer en la vida bastantes más cosas que un gorrión.)> IV La tarde aquella de fines de abril ,estaba lluviosa.; pero la lluvia no era fría, venía templada por un tibio vientecillo del Sur. Em, sí, la !luvia ideal para la tierra nutricia, que estaba entonces en su gran tranc-e de fecundidad. Por la ventana abierta entr,aban a la celda del P. Fide,l los más agradables y estimulan– tes olores del jardín: el tan misterioso de la tierra mojada, el de las matas de cinamomos, el de las lilas, el de las magnolias... El P. Fidel estaba ahora en su celda, como siempre que
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