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50 FR. EUSEBIO GARCIA DE PESQUERA ~-= habitualmente el alma serena ,y limpia, y de llevarla además ahora como divinament-i:: ,perfumada por la reciente visita euca– rística de Jesús. Había en su ser, junto a todo eso, que ,era ciertamente lo más valioso, ,alguna otra .cosa, exultante y extraña, que la hacía sentir lo que ella no sabría explicar... ; algo que le produda ganas de entonar ,cualquier canción, que la hacía mirar ,a las cosas y a "las personas con admirada o generosa ternura, que la obligaba a encontrar muy hermosa la vida; y el mundo ... , no tan malo como frecuentemente oía decir... ¿ Sería que la can– ción de la externa primavera, tan penetrante en aquella mañana esplendorosa, armonizaba de lleno con el íntimo cantar de su propia juventud? Pasaba por delante de los jardines municipales de San Fran– cisco. El sol, que hacía ya buen rato se había levantado por encima de los alcores de Puente Castro, la daba de ,espalda, haciendo más rubia su blonda cabellera bajo los encajes· finos ' de la mantilla. La mano izquierda, en el bolsillo de su ligero abrigo de entretiempo ; én la derecha, un bien encuadernado misal, y un rosario, ;no de los más lujosos, pew sí de los bue– nos... ; toda ella, pura expresión de vitalidad serena y virginal, y sin orgullo ... ; al pasar bordeando el jardín, María de la Gracia parecía el stmbolo de la mejor juventud: bien dotada por la Naturaleza, íntimamente mejorada por la Gracia. Su bello nom– bre tenía en aquellos momentos el sentido de una rigurosa defi- . . , n1c10n. Con sus ojos aún plenamente inocentes miró risueña al jar– dín... , y no supo percatarse, como otras veces, del regular des– cuido en que le tenían los servicios municipales. Sólo advirtió que las flores eran sencillamente hermosas, y que parecían que– rer decirle algo ... ; que los muy altos árboles, de rn:maje copioso sobre su cabeza, tenían en sus hojas, aún a medio formar, un verde sorprendentemente tierno y pura... ; que de rama en rama se· revolvía una multitud de pajarillos que no podían contener su exultante dicha, y trataban de ofrecerla a todos con notas y ruidos. Marfa de la Gracia se paró inconscientemente a mirar, y a oír, embelesada... Se encontraba endichecida con todo aquello... Pero no hubiese podido explicar lo que le ocurría. Ni hubiera

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