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34 FR. EUSEBIO GARCIA DE PESQUERA por cumplidamente venturoso si mi palabra consigue arrancar del arpa de vuestro espíritu .las primeras notas de un imperece– dero cántico de amor.n Cuando el P. Fidel hizo aquí una pequeña pausa, dos ojos grandes ry luminosos se ocultaron tras el suave velo de unos párpados que se cerraban. Aquellos ojos habían estado mirando al P. Fidel de hito en hito, en extraño arrobamiento, durante la última parte de su discurso. No le miraban a él precisamente, sino a las pa,labr,as que él decía... ¡ tanta era la atención con que las iba absorbiendo el alma ardorosa y singular que a aque- llos dos ojos se asomaba ! · No todos los ojos, ni todas las almas atendían así ; pero en la atmósfera del amplio recibidor conventual se respiraba un extraño silencio, un silencio de comunión muy Íntima con lo que el Padre iba diciendo, un silencio de fe:rvorosa aceptación por parte de todas. La rima becqueriana y la apHcación consiguiente habían despertado en los corazones de aquellas muchachas ese confuso y apretado mundillo de las mejores emociones y afanes-reserva la más valiiosa de nuestra naturaleza humana~, que sólo vibra ante la Belleza unida al Bien. Al P. Fidel no le pasaba del todo inadvertido el estado de ánimo de sus oyentes. Como en un desahogo Íntimo dió gracias a Dios ; y se dispuso a aprovechar l,a situación, rematando lo ya dicho con el recuerdo de una experiencia para él inolvidable. -Y,o quiero que vuestr,a vida no sea un fracaso ; yo quiero que no resulte estéril ,la porción más atractiva de ella que es la juventud. Y tal fracaso y esterilidad son muy posibles; lo que ocurre a muchas almas os ,puede ocurrir a vosotras. ))Difícilmente Uegaré a olvidar una de las primeras, más vivas, y más penosas impresiones de mi ministerio sacerd~tal. Fué en la hermosa ciudad de Vigo ; y sólo hacía unos meses que había terminado yo la canera. ))En cierl:a modesta casa de los arrabales me encontré con una joven de corazón muy hermoso, ante las puertas de la eter– nidad, que rya se entreabrían para ella. Yo no la conocía de nada; fuí, por simple mandato del P. Superior, a darle los {1lti– mos auxilios espirituales: ella había sabido pedirlos a tiempo, y se disponía a recibirlos en plena lucidez y con sincera piedad.

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