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18 FR. EUSEBIO GARCIA DE PESQUERA Sobl'le los míseros di.osecillos ante los cuales van rindiendo los hombres sus días y sus añ,os, está el Señor, Dios grande, Rey magnífico, a quien cantaban aquella noche de febrero los reli– gi1osos capuchinos del convento de San Fr,ancisoo, de León. ¡ Qué 1pequeños parecían entonces todos los ,afanes, las inquie– tudes, las ,convulsiones de las creaturas humanas ! Siempre pre– ocupadas, angusl:iadas, agotándose ,o desesperándose, como si el destino del mundo pendiera exdusivarnrente de ellas, como si se encontrasen enteramente solas dentrio del universo, sin nadie que extendi1ese ·sobre sus cabezas el segurísimo ampa110 de un poder y un amor infinitos... ¡Miserables! Levantad vuestra frente, y es– cuchad lo que la fe orante os está cantando a diario por todos · los ámbitos de la catolicidad: •((En sus manos están los confines de la tierra, y es El ,quien inspecciona las altas cumbres de los montes... El mar es cosa suya ; la tierr:a firme, por El fué esta– blecida... El nos ha hecho; es n{iestw Señor, y nosotros somos su pueblo y las ovejas de su rebaño.» Desde la altura de aquella medianoche de febrero podía gritarse a todos los rpobr,es hombres, a todos los ,enclenques cris– tianillos: •«Si despertara vuestro espíritu a un vivir de auténtica FE, ni vuestras noches serían tan oscuramente miserables, ni -vuestros días tan agitados, porque la sel'ena fortaleza del ánimo no os faltaría ni anre las sorpresas más jubilosas, ni ante los más agobiantes dolores.» En tríadas de salmos, lecturas y responsos iba avanzando el rezo de los Maitines. El P. Fidel de Peña·corada tenía que luchar denodadamente para ,que el sue.ño no embotase la aten– ción de su espíritu; ,era como un sopor que ,gravitara sobr,e su mente. y a veces parecía posarse de lleno s 1 obre sus párpados ... Casi de golpe, hacia el comienzo de Laudes, se desvaneció aquella nube de pesadez, y dió lugar a una lucidez maravillosa. Ya otras v,eces le había ocurrido cosa semejante. Era como si de pronto barrieran del espíritu todo lo que pudiese obstaculizar su mirada. Empezaban a ocurrfrsele ideas luminosas, pensamien– tos perfectos, un tropel de cosas que, tanto ,en el •orden de sus estudios como en la línea de la práctica, resultaban sorprendentes por su precisión, rpor su agudeza, por su brillo ... Mas no podía
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