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118 FR. EUSEBIO GARCIA DE PESQUERA Precisamente, dur:ante la larga entrevista de María de la Gracia oon el P. Fidel, Ueg6 con toda claridad hasta ellos, en alguna breve pausa que se produjo, el gritar de una ((escuadriUan que debía de ,pasar muy ,cerca. María .de la Gracia, que cuando menos ,podía esperarse tenía ((Salidas>> de criatura pequeña, ex– clamó de pronto con ligera risa y tono, como si no le interesaran poco ni mucho 1las cosas serias que iba diciendo el P. Fidel : ce j Huy ! j Qué divertido ! ¿ No le hace gracia ver a los vencejos dando vueltas todo el dí,a, ,como si estuvieran locos o desespe– rados? Yo no les hago mucho caso ; pero a v,eces me divierte verlos ,chillar y eorrer. >l Ji; -No sé si me haoe gracia el espectáculo de los pobres ven- cejos. Sí sé que los he observado muchas veces, porque aquí, sobre el jardíu interior del convento, abundan mucho, y porque siempre he sentido un raro interés hacia ,eUos. Me llama la atención su línea, tan cc,aerodinámican, su increíble rapidez de vue,lo aun en las más cerradas curvas, su más increíble resisten– cia... : ,¿ cuántos kilómetros llegarán a vo:lar ,cea todo g:asn durante 'las muchas horas diarias de luz? ; me Hama la atención su insa– ciable voracidad, y me llama más hondamente ta atención su no estar hechos para ,permanecer en tierra... >>Desde la ventana de mi oelda. o parado de pie en ,el jardín, ¡ he seguido su vuelo tantas veces!; he observado a sus peque– ñas escuadrillas, casi siempre de número impar, que con ful– gurante rapidez lo mismo podían dar cuatro docenas de vueltas que cuatro centenares. También he podido contemplarles más det ceroa: teniendo a algunos de ,ellos prisioneros en mi mano -siempre con precauci6n, por,que sus pequeñas patas ter,minan en ,garr,a nada suave-; les he mirado entonces fijamente a sus ojiUos oscur:os, que supongo de ,potentísima pupila... ))Y nunca he logrado ,comprender el misterio de los vencejos. Pequeños seres, esencialmente inquietos, que no se las arreglan más, que por el aire, que parecen quer,er deshacerse cada día en un frenesí de velocidad ... , y todo ,¿para qué? Quizá sólo para atr,apar en sus ,fauces unas docenas de insíipidas moscas o mos– quitos, que calmen de alguna manera su hambre sin fondo. »Por ,eso muchas veces me he pre,g:untado: Pero tan acaba-

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