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8 FR. EUSEBIO GARCIA DE PESQUERA apresuró a cerrar firmemente sus ,puertas en sencilla actitud de– fensiva. La cosa empezó con sorprendente vulgaridad... Un muchacho inteligente y gallardo supo definir aquella hora de convulsiones político-sociales como La hora de los enanos: enanos, los viejos políticos de la fracasada Monarquía borbónica; y enanos, los bi– liosos politiquillos que tra~an, con el ruido de una gran cencerra– da (aunque queriendo hacer de ella algo juvenilmente ,promete– dor), a la más decrépita República. ,((,Aquí están-decía en su artículo el muchacho-los murmu– radores, los envenenados de achicoria y nicotina, los snobs, los· cobardes, los diligentes en acercarse siempre al sol que más ca– lienta (algunos, j quién lo dijera!, aristócratas descendientes de aquello\:) cuyos espinazos antes se quebraban que se torcían...). Aquí ,están todos: abigarrados, mezquinos, chillones, engola– dos en su mísera pequeñez. Todos hablan a un tiempo ... Pasarán los años, y toda esta mezquina gentecilla-abo,gadetes, politiqui– llos, escritorzuelos, mequetrefes-se perderá a:i;rastrada por las aguas.» El muchacho inteligente y gallardo que escribía así, tenía un nombre sonoro: José Antonio Primo de Ri,vera. Pero tan her– moso nombre decía apenas algo a los españoles de aquel tur– bio 1931 : quizá les hiciera pensar que se trataba seguramente de un hijo del Dictador... La l<hora de los enanos» se fué convirtiendo en los días de las l<quem:as», las semanas de las huelgas político-revolucionarias, los meses de la inseguridad y el desorden, los años de la más vergonZiosa ,y vergonzante descomposición española. Cuando al mes de la República se inauguraron con el más amplio programa «los días de las quemas», las ;puertas del Salón de S. Francisco supieron también del rencor antirre'1igioso que animaba a quienes habían salido de sus covachas con las notas del himno de Riego. En el silencio de una noche de mayo, cuatro desgraciados de alma oscura se entretuvieron en dar fuego a aque– llas puertas que no lmo habían hecho mal a nadie» ; y todo, con la liberal, democrática y republicana intención de que ardiera el edificio, la gran iglesia contigua y el convento-colegio teológico de los PP. Capuchinos, que se cobijaba al flanco sur de la Iglesia.

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