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68 se quejó de aquella violencia, y sólo dijo a los pre– sentes: "Me voy, porque tengo mucha :prisa". Jesús había clicho a los Apóstoles que se ma;rcharan cuan– do no fueren recibidos; el Padre Santos cumplió al pie de la letra la disposición del Maestro. Sin embargo, no todos :participaban de la dureza de corazón para rechazarle; un joven español se acer– có al dueño y le dijo: "Ese es un Padre de Bayamo, es un misionero capuchino, es el Padre Santos". Al poco tiempo se enfermó de gravedad la infeliz Magdalena y :pedía y suplicaba que el Padre Abelgas fuera a con– fesarla, aunque hubiera que pagar doscientos pesos. Los encantos de la vida alegre se hafüan trocado en aleccionadores desengaños en la hora de la muerte. Era nuestro biografiado muy desprendido de las co– sas de la tierra, y nunca buscaba recompensas perso– nales; .pero, fm virtud del voto de pobreza, no podía rechazar fas limosnas correspondientes a sus minis– terios; aceptaba, por lo mismo, los estipendios de las misas y otros emolumentos para entregárselos al Su– pe:rior. En una de tantas correrías apostólicas por los campos, :recibió determinada cantidad de dinero, la cual, según el criterio de un testigo, sumaba no pocos pesos. De regreso por la noche a Bayamo, le salió al paso un ladrón verdadero o fingido, armado con un 1:nachete, quien le intimó amenazante que le entrega– ra cuanto nevaba, bajo pena de muerte: uo me das la plata que llevas, o te mato". Sorprendido por el ines– perado lance, se encomndó a Dios y habló dulcemente al salteador con las siguientes palabras: "El dinero que llevo, no es mío, ni puedo disponer de él, si no te lo diera todo". Quedó el hombre petrificado, y sin pronunciar una sílaba, miróle alejarse hasta que am· bos se perdieron de vista. Existía entre algunos habitantes de la Vicaria de Bayamo fa costumbre de celebrar una procesión en
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