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56 Una de las dificultades con que se pretendió di– suadir a Fr. Santos el ingreso en la Orden, fué que los Capuchinos eran enviados a evangelizar a los infieles, entre los cuales debían sufrir grandes penalidades y, tal vez, el martirio. Pero ya hemos. visto, cómo nues– fro biografiado exclamaba a la edad de once años: "¡Ah! si yo tuviera la dicha, de ser mártir!". E l Señor no le pedirá el martirio de sangre, mas sí la constante inmolación por la ,salvación de las almas. Dos años y medio llevaba el Padr e Santos ejer– ciendo el santo aposolado en Salamanca, ·cuando se vió grataniente sorprendido por una comunicación de los Superiores, participá!ldole que había sido destinado a la Custodia de Venezuela, Puerto Rico y Cuba, con otros cuatro religiosos. Esta noticia colmó de gozo su noble cor azón, ya que vislumbraba en lontananza el gran campo de acción misional, aunque nó entre in– fieles, por el momento, deparado por la divina Provi– dencia, para satisfacer cumplidamente lqs deseos de salvar a sus hermanos los hombres. Breves días en la casa materna para despedirse de tantos seres queridos, que experimentan la natural angustia de ver partir, tal vez para siempre, al hijo amado, al hermano de todos querido, al pariente, al condiscípulo de antaño, al amigo de la infancia ... De todos recibe muestras de cariño; todos admiran su for– taleza para desprenderse definitivamente de !a fami– lia, de la patria, de cuantos lazos humanos ligan legí– timamente al hombre sobre la tierra. Y, ¿el futuro misionero? ¡Ah!, la gracia no des– truye la naturaleza; ni el amor de Dios y el celo por la salvación de las almas, disminuyen las naturales satisfacciones del corazón, grabadas con caracteres indelebles por el Creador en el ser humano; antes bien, las eleva, las purifica, las hace, sí se quiere, más sen-

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