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46 ejercitó la paciencia del buen Maestro, cuando les en– señaba los misterios del Reino de Dios. El siglo XVIII nos presenta otro ejemplo de un varón apostólico que tropezó con serios obstáculos para ingresar en la Orden Capuchina, a causa de su escaso ingenio y de las dificultades para aprender la lengua latina; este varón fué el Beato Diego José de Cádiz, apóstol, no sólo de Andalucía, como suele lla– mársele, sino de toda España, pues llenó con su fama de Orador sagrado los púlpitos más famosos de la Pe– nínsula, y mereció el título de Doctor, hono:riis causa, en varias Universidades, y el de Canónigo honorario en no pocas Catedrales. Sin embargo, el mismo Beato confiesa que estudió la:tín "con muy escaso aprove– chamiento por mi rudeza e inaplicación". Además,, cuando el Padre Superior del Convento lo examinó de latín para ingresar en la Orden, lo enco:;atró inhábil para el estudio. Una época, más cercana a la nuestra, recuerda al Santo Cura de Ars, Juan Bautista Vianney, el cual tropezó también con serias dificultades en la consecu– ción de las ciencias humanas y divinas, durante la ca– rrera eclesiástica. Mas la constancia y la abnegación desplegadas para instruirse, templaron su alma, y le convirtieron más tarde en el gran apóstol de los tiem– pos modernos. Para subir los peldaños de la perfección y alcan– zar la meta de la santidad, basta la gracia de Dios y la cooperación del hombre, sabio o rudo; esta fuerza sobrenatural puede el divino Dador comunicarla a las águilas intelectuales o a otras inteligencias menos fa– vorecidas con dones meramente naturales. Nuestro Fr. Santos de Abelgas tampoco recibió del Padre de las luces un entendimiento pronto, claro,
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