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23 te adivinarse que el Señor le tenia destinado a la vida religiosa, y sólo esperaba que llegase el momento opor– tuno para trasplantarlo al jardín predilecto de su Igle– sia; la Orden Franciscano-Capuchina.· En sus primeros años juveniles sintió algm1os to– ques del llamamiento divino a la perfección: Sólo con– taba onoe años cuando visitó por primera vez el con• vento de Capuchinos de León. Cuando estaba en Villa-Rodrigo con su hermano don Esteban, la herma– na, Alejandrina, lo llevó para que se confesara en los Capuchinos, y por el camino lo iba preparando con el · fin de que hiciera bien su confesión. Lorenzo enton– ces le preguntaba: "¿Cómo confiesan los frailes?". Los frailes, le dice la hermana, confiesan como el se– ñor Cura del pueblo. Residía por aquel tiempo ~n los Capuchinos de León un Padre anciano, austero y con fama de santi– dad; este era el Padre Pío de Antillón; con él se con• fesó el joven Lorenzo. ¿Qué le diría o qué vería él en el Padre Antillón? No lo sabemos ; pero tales debieron de ser los consejos y tan grata la impresión recibida durante la confesión que, de regreso a la casa, le dice a, su hermana: "Yo me voy al convento para ser Pa– dre". '.rodos. los hermanos, y esepcialmente don Este– ban, que quería que fuese sacerdote secular, trataron de disuadirle presentándole la austeridad de la vida capuchina; más él contestaba: "Quiero ser fraile como el Padre Pío". Los Capuchinos exigen una robustez que tú no tienes, y además ·son frecuentemente des– preciados. "Yo veo en un lego capuchino más grandeza que en todas la,Si dignidades del mundo". -Mira que los capuchinos vari a las misiones donde están los sal– vajes, y los martirizan, haciéndoles sufrir horrible.– mente. A esto contesta Lorenzo: "¡Ah, si yo tuviera la dicha de ser mártir!". Y esto lo reptía muchas ve~ '.ces.

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