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250 tan dolorosa para mí, Dios me deparó el consuelo de que se encontrase en Valencia, también _por motivos de salud, el Padre Santos. Le hice muchos visitas en bus– ca de consu_elo y de fortalecimiento de mi fe, oocibien– do ambas cosas de él, quien me acogía siempre a to– das horas, hasta inopQrtunamente, con el ma~or cariño, dulzura y paciencia, y dándome tan buenos consejos, que todavía perduran frescos en mi memoria. También se presentó en ocasiones a pié para visitar a mi hijo enfermo, quien tuvo para él singular afecto. . Transcurrido algún tiempo, manifesté al Padre Santos mi deseo de que mi hermano Jorge, médico re– sidenciado en Valencia, le examinara para ver si daba con la causa de su ,enfermedad, y como él conviniese ,en elio, mi hermano le reconoció en el Convento. Interrogado mi hermano sobre la causa del mal, me comunicó muy íntimamente que su diagnóstico era un cáncer en el estómago, muy generalizado, lo que no permitiría la intervención quirúrgica, pero que era con– veniente comprobarlo con la radiografía. . Esta opinión de mi hermano me llenó de dolor, por saber el horroroso martirio del que padece tan -cruel enfermedad, aumentando mi pena el considemr que tal vez yo había contribuído a aumentar su sufri– miento con mis frecuentes visitas, y las de él a mi hijo enfermo; pero me consolaba pensar que me había sido imposible descubrir tanto dolor, tras un velo de tanta bondad. Siguiendo el Superior el consejo de mi hermano Jorge, lo trasladó a Caracas con rel objeto de practi– ·-carle los exámenes radiográficos. Yo continué a la ca– becera de mi hijo, hasta s:u muerte, acaecida el 26 de agosto de 1937. Pocos días después de su muerte fui ·a la oficina de teléfonos de Valencia a comunicarle al

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