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216 muy buenos. No sé explicarme, pero su conversación tan sana y santa nos dejaba siempre muy edificados. En todo momento oí hablar en Tucupita muy bien de él a las gentes, quienes afirmaban que era un verda– dero santo. Teníá yo un hijo que vivía en un hato, del cual no encontraba la manera de salir, aunque mucho le con– venía. Encomendé el asunto al Padre Santos, ya falle– cido, y todo se arregló a nuestro deseo. En otra oca• sión se fué un nieto mío de la casa paterna, como el hijo Pródigo; se lo encomendé al Padre Santos, lo re– cuperó su padre, y hoy se porta muy bien. Cierto deu– dor me debía varias- quincenas de hospedaje sin espe– ranza de cobrarlas; encomendé esta necesidad al P. Santos, y me fué reintegrada la deuda que se me debía. Ad-elaida Cabral de Rftngel. Puedo asegurar que desde que conocí al P. Santos, advertí que era un _sacerdote y religioso ejemplar. Su ambiegte en Tucupita durante su vída era el de un verdadero santo: Hace cuatro meses que le estoy pi– diendo la salud con verdadera confianza. Sé que otras personas aquí también se encomiendan a él. Carlota, Baradat de Gómez. Yo puedo asegurar sobre el Padre Santos cuanto acaba de decir mi hija, y debo añadir que procuraba llevar a mis hijos por el camino del bien, mediante los saludables consejos que les daba, ~iempre que tenia ocasión. Oarlota. de Barada,t.

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