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206 Santa Rosa, donde consiguió la fruta deseada por el enfermo, regresando a las seis .de la mañana, sudo– roso y jadeante del trabajo de bogar toda la ·noche, con peligro de naufragar, y_a que él no estaba muy diestro en el manejo del remo. ¡ Un bello rasgo de ca.– ridad cristiana ! ... Otra noche, velando al mismo enfermo, que pade– cía de desintería, por más que llevé buena cantidad de paños, no alcanzaron ni con mucho para llenar las ne– cesidades del enfermo. En esta apretura mé encontra– ba, sin saber qué hacer, porque la casa _de las Herma– nas estaba cerrada, y no quería molestar a nadie de noche, cuando de improviso se presentó el paño de lágrimas Padre Santos, preguntando sí-el enfermo ne– cesitaba algo. No me alcanzan los paños, le dije; y sin más explicaciones, salió, volviendo al momento con el paño del refectorio de los Padres, único que encontró a su alcance, por· lo que no pude menos de pensar: "Verdaderamente la caridad no tiene ojos". Varias veces le ví cargando_sobre sus. espaldas, como San Juan de Dios, a un indio más grande que él, acostarlo en su cama, ponerle su propia ropa, etc., y cuando yo le decía que podría contagiarle, respondía: "¡Pobrecito! mejor descansa en la cama que en el chinchorro". ¡ Así obrRn los santos! Cuando salía a los caseríos circunvecinos, lo mis– mo que a las rancherías, no se le pódía dar más ropa que la indispensable, porque todo lo daba a los indios, llegando a casa con el hábito· puesto, y nada más ... Un día que de broma le dije: Padre, cualquier día vie– ne sin el hábito también; me contestó: "¡Pobrecitos! están muy necesitados". · En cierta ocasión, en que yo desempeñaba el car• go de sacristana y ropera de la Misión, me dijo qne le

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