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172 tos en Araguaimujo, nunca había que mandarle; a la menor insinuación ejecutaba las cosas. Era a las veces graciosamente delicado en fas con– ve:rsaciones; huía del trato con las gentes, hablaba po– co, y rarísimas veces escribía cartas. ¿ Quién te dió eso? Este pantalón me lo dió el Pa– dre Santos en los caños. Cuando anualmente recorría las rancherías de los indios, llevaba provisión de yodo, píldoras. quinina y algodón, para regalar a los enfer– mos. En Orocoima recortó un buen pedazo de su nue– va y flamante cobija, para envolver la,¡ pierna ulcerosa de un pobre enfermo que sentía mucho frío. Cuando había indios enfermos en Araguai– mujo, pedía al Superior de la Misión medicinas, arroz, kuaquer, pescado, y se lo llevaba. A fal– ta de gasas y vendas, echó mano muchas ve– ces de sus pañuelos nuevos, para curar la s he– ridas de los indígenas. En Macareo estuvo perdi– do una noche con el Padre Antolín: amanecieron con la cara hinchadísima por las picaduras del "jején'· y del zancudo. Providencialmente no fueron arrastra dos por la impetuosa corriente a alta mar. Entone.es, entonó, a imitación del Seráfico Padre, un cántico en acción de gracias. Decíanos constantemente que debíamos tener es-– crita en la escuela, en J:a iglesia, en el recreo, en el dor– mitorio y en el trabajo, esta sencillísima frase: "Esta– mos entre salvajes", para. saber soportar, callar, disi– mular, y tolerar muchas cosas, y no perder la pacien- cia. · Al llegar a la Misión algún indio instintivamente pregun~aba por el Padre Santos. Padre Santos, ¿casa– ba.? ¿ Donde está el Padre Santos? Bare Santo!S ea saba
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