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70 consuelo, mira a mi Hijo sujeto a mí y sujetado por mi amor y afligido, y verás cuantas te responde. Si quisieres que te declare yo algunas cosas ocultas o casos, pon solos los ojos en él, y hallarás ocultísimos misterios y sabiduría y maravillas de Dios, que están encerradas en él, según mi Após– tol dice: ... En el cual Hijo de Dios están escondidos todos los tesoros de sabiduría y ciencia de Dios (Col 2,3); los cuales tesoros de sabiduría serán para ti muy más altos y sabrosos y provechosos que las cosas que tú querías saber. Que por eso se gloriaba el mismo Apóstol, diciendo que no había él dado a entender que sabía otra cosa sino a Jesucristo, y a éste crucificado (1Cor 2,2). Y si también quisieses otras visiones y revelaciones divinas o corporales, mírale a él también humanado, porque también dice el Apóstol: ... En Cristo mora corporalmente toda plenitud de divinidad (Col 2,9)" (S II,22,5-6). Según esto, lo que hay que percibir en Cristo, el Hijo de Dios, su Palabra, humanado, sujeto a él y sujetado por su amor, afligido y cru– cificado, es el misterio de Dios 22 • 22 Dos datos parecen contradecir lo dicho aquí. E·1 primero: san Juan de la Cruz rechaza las imágenes de Cristo en favor de la contemplación (cf. S II,12,3). F. Ruiz ha respondido que, en la línea de su propósito de comuni– cación y transformación teologal, aconseja "difuminar la representación interior en favor de la comunicación personal" Mfstico y Maestro, p. 136, para ayudar asi a interiorizar y simplificar el misterio de Cristo; cf. Introducción a san Juan de la Cr~z, pp. 374-375. Esta respuesta resulta insuficiente: san Juan de la Cruz quiere ayudar a introducirse a lo largo del proceso purificativo en la realidad divina de Cristo presente en su humanidad; el mismo F. Ruiz parece sugerirlo en otro trabajo; cf. Jesucris– to: rostro humano de Dios, rostro divino del hombre, p. 81; Lucien-Marie de saint Joseph lo dice claramente; cf. Le Christ dans la doctrine de saint Jean de la Croix, pp. 246-248. El segundo dato: al aludir a las apariciones de Cristo, san Juan de la Cruz sólo se fija en su llamada a transcender su imagen corporal, sin valorar el don de su presencia en el cuerpo glorificado (cf. S II,11,7.12; III,31,8). G. Morel ha explicado que "par una crainte, parfois excessive, que l'on n'adhére a l'image pour elle-meme, saínt Jean de la Croix, durant la longue période phénoménale, tend a réduire sinon a sup– primer les représentations explicites du Christ, c'est-a-dire les représen– tations refluant vers la périphérie de la conscience. On reconna,t ici le

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