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57 compartir su negación del apetito de las cosas, su noche 5 . Esta visión cristológica de la noche está profundamente enraizada en la visión antropológica de la misma que aparece en el contexto que le rodea. Por un lado, la noche del hombre queda ernparen:ada con la noche de Jesucris– to: al negarse al apetito de las cosas, el hombre comparte, o al menos imi– ta, la negación vivida por Jesucristo, la desnudez de su destino. Por otro lado, la noche de Jesucristo queda ligada a la noche del hombre: al negarse al apetito de las cosas, Jesucristo hace suya, como fundamento, o al menos corno modelo, la negación, el destino desnudo, que debe sufrir el hombre. La noche es, pues, el destino del hombre vivido por Jesucristo 6 • 5 Cabe argumentar diciendo que os términos de la serie que se cierra con la "desnudez de Cristo" se refieren al creyente; en este caso, el ele– mento cristológico final aludiria simplemente a la imitación, a la copia de Cristo por el creyente: la afición a Dios del creyente debe ser espiritual, invisible ... desnuda corno la de Cristo; nuevamente hay que decir que las orientaciones conclusivas del tratamiento de la la noche activa del sentido (S I,13), al que pertenece este texto, empujan en esta dirección. Pero cabe también argumentar diciendo que los términos de la serie se refieren a Cris– to; en este caso, la "desnudez de Cristo" aludiria, igual que los demás términos, a la fundamentación que Cristo debe dar al creyente: el creyente comparte la afición espiritual, invisible ... desnuda de Cristo; repetirnos que la imitación de que hablan las orientaciones final~s no es un obstáculo, pues estas orientaciones tienen un carácter parcial en la explicación del alcance cristológico de la noche y, por lo tanto, deben ser completadas con otros aspectos, ofrecidos, de hecho, por otros textos. 6 F. Ruiz señala esta relación entre los aspectos cristológico y antro– pológico de la noche: "Esta reciprocidad de semejanzas es fruto del amor recíproco: por su amor Cristo quiere hacerse semejante al hombre y el hombre trata de asemejarse al Señor. Además de responder a la estructura ontológi– ca, afirma un proceso largo y continuo de asimilación. Por eso, resulta es– pontánea la referencia a los misterios de Cristo a cada paso del camino espiritual. Es la realización concreta e histórica de la mutua semejanza. En su nacimiento, vida, pasión y muerte, Jesús ha llevado a cabo una vida huma– na con plenitud. Ahora el hombre se reconoce a sí mismo, mejorado, en esa historia. Se corresponden exactamente. Podríamos decir que Jesucristo tornó de los hombres el desarrollo histórico de la vida humana en su natural con– dición. Y ahora se la devuelve realizada con nueva calidad y con sentido divino" Jesucristo: rostro humano de Dios. rostro divino del hombre, p. 80.
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