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50 ampliamente, al descubrir sus grandes elementos, aunque no del todo, pues no acabamos de ver cohesionados estos elementos. Así quedamos, además, prepara– dos para una nueva lectura del poema, que nos hará penetrar en el corazón de la experiencia teologal de Dios, dejándonos contemplarla desde su centro más íntimo de unificación; de esta forma, la veremos unitariamente, abarcándola en su totalidad. Así, pues, al entrar en esta experiencia por medio de la lectura de los comentarios, nos proponemos prepararnos para pasar de una primera lectura del poema, inicial, a otra segunda, más madura; de una lec– tura en la que, llevados nada más que hasta los umbrales de la experiencia que él hace simbólicamente presente, apenas hemos podido verla veladamente, a otra en la que, sumidos en el corazón de esa experiencia, podamos descu– brirla plenamente en la actualización simbólica que él nos brinda; en esta lectura intermedia de los comentarios, recorriendo el camino que va del umbral al corazón de la experiencia teologal de Dios, la vamos viendo cada vez más ampliamente, aunque no logremos captarla todavía del todo. Nos proponemos, en segundo lugar, desentrañar la explicación que dan los comentarios de las piezas de la estructura interna del poema, para captar asi el desbrozamiento que hacen de la figura de la noche y la descripción que ofrecen, por tanto, de la experiencia teologal de Dios, presente y visi– ble en esa figura. Para comprender bien este propósito, volvemos otra vez a lo dicho al hacer la lectura del poema y al presentar los comentarios. Al hacer la lectura del poema hemos visto su estructura interna desnuda y ele– mental; hemos podido captar así la constitución fundamental de la figura de la noche y hemos podido ver, por tanto, veladamente la experiencia teologal de Dios. Al presentar los comentarios hemos dicho que, llevados por su inte-
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