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Ante esta situación de inseguridad y desamparo total, el obispo reune a los misioneros en Machiques y les expone la actitud del gobierno. Se llega a una conclusión: ¡Seguir hasta donde se pueda! La voluntad de servicio fue más fuerte que las dificultades y, de hecho, "pudieron tanto" que superaron el · problema y la Misión siguió, sin fracturas, su camino por la Historia. De todas maneras la terrofagia de los watías y su empeño por apoderarse de las tierras de los indígenas es inextinguible. En la década de los cincuenta se abren dos centros más al servicio de los yukpas: Santa María de Ayapa y San Fidel de Aponcito. El primero tuvo una vida efímera debido a las introm1s1ones de intereses foráneos. El otro, aunque en un momento estuvo en receso, luego recobró vitalidad. La Misión del Tukuko llevaba 15 años de vida en 1960. Este año es clave por muchas razones. La Misión de Tukuko había crecido mucho, toda una formidable obra de infraestructura había sido levantada, los mismos yukpas habían caminado mucho al lado de los misioneros. Leer la crónica de la primera década resulta delicioso, se percibe la alegría de los pequeños y grandes logros, todos ellos conseguidos a pulso: cuando llega el primer vehículo a motor hasta el Centro Misional, o cuando sale el primer ladrillo del horno, o cuando celebran la primera comunión de unos yukpas, o la tristeza por el joven yukpa que se suicida por despecho amoroso... Es el cristiano que siente que su Iglesia entrañablemente amada- está creciendo... Con todo, para yukpas y misioneros seguía pesando "el problema motilón". Al sur de la quebrada de Márpito comenzaba la zona de peligro, por allí se encontraba el ataque insospechado y, con frecuencia, fatal. Hasta el mismo edificio del Centro Misional, en las noches de luna, llegaban los motilones. Los Barí Muchos pensaron y mucho hicieron los misioneros para enfrentar "el problema motilón". Por fin, el 22 de julio de 1960, de forma definitiva, se solucionó la cuestión. El P. Romualdo de Renedo -futuro Vicario Apostólico y el P. Vicente de Gusendos se descolgaron de un helicóptero al pie de un bohío motilón; a la vez que, por tierra, el P. Adolfo de Villamañán y Epifanio de Valdemorilla se acercaban a otro. Junto al bohío, con el corazón encogido, unos capuchinos restañaron la herida abierta en la historia. Aquel día los motilones perdieron el nombre de la 56

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