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capuchina a la zona indígena. La Jerarquía eclesiástica pensó las cosas de otra manera, evidentemente más realística que los capuchinos, y las cosas se quedaron así. Se nombró al veterano misionero Mons. Agustín Romualdo Alvarez como tercer obispo de Machiques. Previendo la eventualidad de un obi$pO diocesano, los capuchinos pensaron en la necesidad de tener casa propia donde no se estorbaba las decisiones del obispo venidero. Fue así como los capuchinos estrenaron casa propia en Machiques, la única en el Vicariato, después de 38 años de actividad en el mismo. Se celebra el centenario del nacimiento de San Francisco. Los Yukpas La zona indígena de Perijá coincidía con el sector occidental del Vicariato. Los yukpas y los motilones, desde antes de Colón ocupaban el pie de monte y la Sierra misma, los primeros, más al norte, los segundos, más al sur. Allí estaban todavía en 1945 cuando el P. Cesáreo de Armellada y Fray Primitivo de Nogarejas llegaban hasta la orilla del río Tukuko, el día de los Angeles Custodios. Propiamente empezaba allí el ansiado retorno de los capuchinos. Ellos llegaban cuando la sistemática presión de los blancos, para ampliar sus explotaciones en la llanura del pie de monte, estaba en su apogeo. Quizá aquel par de hermanos que iniciaban el Centro Misional Los Angeles de Tukuko, no pensaron aquella tarde que la historia que iniciaban, sería, a la larga, reedición de la experiencia vivida por Fray Gregario de Ibi y sus compañeros. Los yukpas, miembros de la nación caribe, siempre vivieron subdivididos en grupos que obedecían las ordenes de un jefe propio. Esos grupos tenían dinámica propia y se movían en base a alianzas internas, reafirmaciones políticas frente a los vecinos y celoso esfuerzo por mantener el statu quo. La tierra donde durmieron aquella noche los misioneros era zona de influencia del grupo Shaparu. Este grupo se giraba entre dos polos: al este, los blancos que querían apoderarse de sus tierras que consideraban valdías, y al oeste, los yukpas de Irapa que propugnaban un paso hacia los "watías" ("ser humano no indígena). Los m1s10neros se verán, a la vuelta de unos años, metidos de lleno en el corazón de aquel remolino de intereses y de pasiones. De momento, con paciencia infinita, soportando mil penalidades, se comienza a vivir a las orillas del río Tukuko, exactamente al pie del corte que el río hace en la Sierra de Perijá, cerca de Piyitako, por tanto, en el valle de los motilones. Para ir a la primera población (Machiques) había que utilizar la mula hasta la mitad del camino (25 kilómetros) y de allí , en vehículo de doble 54

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