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que siempre lo consideró un mártir. Era la recompensa sencilla y cordial de la gente del pueblo al "curita asesino", que ahora era el "santo padre Luis". Para los que la vimos es imborrable la imagen de la gente del pueblo, rezando de rodillas en el suelo, una oración ante la cruz clavada en la desnuda tierra que dio albergue a los restos del P. Luis. Parejos a los cambios que soportaba la sociedad guajira, al paso de los años, fueron los cambios operados en la estructura de la Misión. En los años sesenta los capuchinos entregan Sinamaica, Guarero y Paraguaipoa a los Misioneros de la Consolata, permaneciendo solamente en el Centro Misional "Santa María de Guana". Llegado el momento, los capuchinos salieron con lo que tenían puesto y poco más, dejando tras de sí las iglesias, capillas y edificios, hechos con su esfuerzo para la comunidad cristiana. Los Criollos no Indígenas La zona no indígena de Perijá era un vasto campo de trabajo donde casi todo estaba por hacerse. En algunos había pequeñas capillas donde alguna vez al año celebraba misa y bautizaba un sacerdote visitante. En poco tiempo, símbolo del resurgir eclesial, comienzan a levantarse nuevas y amplias iglesias. Desde la residencia del •:>bispo hasta la más pequeña casa cural hubo que hacerlas todas. Parejo a esto comienzan a brotar las organizaciones eclesiales de acuerdo a las variaciones de los tiempos y de la historia. Así, fueron florecientes la Acción Católica, las asociaciones de "Hijas de María" al amparo de los centenarios de la definición dogmática (1954) o de las apariciones de Lourdes (1958) o de Ntra. Sra. de Coromoto (1952). La devoción al Corazón de Jesús no podía faltar en los años cincuenta. Machiques, San José, la Villa del Rosario, Casigua... , como poblaciones mayores y, la constelación de poblaciones menores, recibieron el benéfico influjo de aquellos capuchinos absolutamente entregados a construir la Iglesia. Se constituyó al infraestructura física, se impartieron los contenidos de la fe y se estimuló la vivencia de los mismos. Una pista para calcular la eficacia de esta actividad pastoral puede ser el florecimiento ccnstante de vocaciones a la vida religiosa desde los años cincuenta hasta nuestros días, ininterrumpidamente. Con el Vaticano II muchas cosas empezaron a cambiar, otras, a morir. Así las cosas, al paso del tiempo crece la diferencia entre la zona indígena y la criolla no indígena. Es diferente el desarrollo económico, social y cultural. Dos mundos cercanos pero absolutamente distintos. En un momento determinado, al cumplir el sucesor de Mons. Turrado, Mons. Miguel Aurrecoechea, nace una corriente de opinión que propone dejar la zona criolla no indígena en manos de una diócesis a fundarse y replegar la presencia

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