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nos, ya no había cuestión de Fe: ésta, la fe, era atmósfera que se respiraba, lo que estaba a la base de todo, lo que naturalísimamente se daba por descontado, lo que todos tenían en común. No cabía más que una cuestión: cómo llevar a los creyentes a vivir con intensidad su cristia– nismo; y para esto, pastoral de sacramentos, cul– tivo de espiritualidades de perfección, promoción de todo lo sagrado, etc. De pronto, o casi de pronto, las cosas se nos han puesto muy distintas, y casi tenemos que vol– ver al punto de partida: al de disponerlo todo en orden a una promoción de Fe; porque la misma Fe se nos ha hecho de nuevo la gran cuestión o problema. Desde fuera, un ateísmo a escala mundial nos está presionando por todos los flan– cos; y dentro, en nuestro mismo ámbito, la at– mósfera se nos está cargando de confusión, de escepticismo, de negaciones o de indiferencia. Ya no se trata tanto de seguir bien con lo que hemos recibido, en tranquila seguridad; ahora cada uno tiene que reafirmar personalmente su fe, tomar posiciones con toda responsabilidad, y poner a punto, bien conscientemente, su adhe– sión a Cristo. Ante las exigencias de la nueva situación, no es de extrañar que cunda el desconcierto. Hay ahora en nuestras gentes cristianas, especialmen– te entre los jóvenes, quienes nos vienen con las mismas pretensiones que hemos visto en el após– tol Tomás: «Si no veo, si no palpo, si no comprue– bo bien... ». Es el ya viejo «si no veo, no creo» de tantos ignorantes. Por razón de mi trabajo en cierta revista, recibo muchas cartas de mu– chachos, de ellos y de ellas; en las de ellos, abun- 94
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