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que Bernardita no podía contener sus lágrimas. Llega así la octava aparición, la del 24 de fe– brero, Miércoles de Ceniza, y la hermosísima Se– ñora, como haciéndose el mejor eco de la litur– gia de la Iglesia, dice apremiantemente por tres veces: «¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Peni:tencia!». ¿Es esto lo que sustancialmente venía a pedir la «Tota Pulchra» a través de todas sus sonrisas? Nadie ignora -se afirmó en el Congreso Maria– no de Roma, en 1954- que el mensaje de Lour– des y Fátima es principalmente de penitencia y purificación». Y no nos debe extrañar. Leo en el evangelio de San Mateo (4, 17): «En– tonces comenzó Jesús a predicar y a decir: Ha– ceos penitentes, porque el reino de los cielos está cerca»; y en el de San Marcos (1, 14-15): «Vino Jesús a Galilea, y allí predicaba y decía: «Se ha ,cumplido el tiempo, cerca está el reino de Dios: haceos penitentes y creed en el Evangelio ... » La cosa está clara: sólo una auténtica actitud de penitencia nos pone en camino de retorno a Dios, es decir, en el camino de la salvación. Por– que la verdadera penitencia implica tres movi– mientos del espíritu: arrepentimiento del mal hecho, conveniente expiación del mismo, y seria. entrega a ser hombre mejor. No es grato el asunto; la natura1eza lo rehuye; pero la necesidad debe obligarnos. Sin exagera– ción alguna ha podido escribirse: «Una vida sin austeridad, es vida que prácticamente se coloca fuera de las perspectivas de la Rcedención». La Virgen, porque es Madre, vino a recordar– nos lo que más nos conviene, aunque no sea precisamente lo que más nos guste. 79

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