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medio, que ni siquiera tienes derecho a un poco de compasión... ! A ti, a ti también, te mira el Señor con admirable y comprensiva misericor– dia. Que resuene hasta en la zona más oscura de tu desolada intimidad este orar de la Iglesia: «Nada aborreces, Señor, de cuanto hiciste». Tú eres hechura suya, su criatura. Tal vez has venido, con bajezas repetidas, destruyendo en ti la obra de Dios; mas por mucha obra de ruina que hayas realizado, aún no has podido borrar del todo la marca de fábrica: «criatura de Dios». Y El quiere «disimular» tus pecados, es decir, tus vergüenzas: ese obrar indigno por el que te sientes, a veces, ante tus mismos ojos, no poco despreciable. Pero quiere disimular, y también perdonar y borrar lo que te afea, si tú te llegas a El ( o desde lejos le llamas) como penitente, es decir, como hombre contrito y humillado. La Iglesia sigue orando en la misa «para im– plorar la remisión de los pecados»: «Rogámoste, Señor, que escuches las preces de los suplican– tes y perdones los pecados de los que te confie– san, para que a un 1nismo tiempo nos concedas el perdón y la paz». ¿Puede pedirse más en tan contadas palabras? El Perdón y la Paz; inapreciables tesoros, tre– mendas necesidades. Nada hay que tan desgra– dados haga a los hombres como el sentimiento roedor de su culpabilidad; y para quien tiene así de viva la conciencia del pecado, la suprema ur– gencia es oír cualquier palabra que signifique cancelación de culpas, generoso olvido de lo que pasó. 58

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