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SIEMPRE ES HORA DE CONFIAR. A YER puse mi atención en la misa votiva «para implorar la remisión de los pecados». No era la primera vez que me servía de ella... , y siempre me había parecido muy a propó– sito para inspirar la más consoladora devoción. Pero ayer, como nunca. La fui gustando despa– cio ... , y en sus expresiones, para mí nada nuevas, descubría el alma una hondura de sentido, que no· encuentro palabras para explicar. ¡Cuánta verdad es, que las mismas cosas dicen más o menos, se– gún la disposición del espíritu y las luces que Dios envíe de arriba! «Te apiadas, Señor, de todos, y nada aborre– ces de cuanto hiciste, disimulando los pecados de los hombres, por su penitencia; y perdonán– doles, porque Tú eres el Señor y Dios nuestro». ¿Qué orar puede haber más hermoso? «Te apia– das, Señor, de todos ... ~>. ¡También de ti, que te sientes amargamente desalentado, pensando quizá que ya no hay re- 57

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