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der ofrecer un consuelo de verdad, un eficaz re– medio! Sólo sé de una receta muy a propósito para estos casos. Pero se trata de una receta poco brillante, ya muy vieja, y que seguramente al oírla, le decepcionará... -Sea lo que sea; yo quiero algo. -La receta no es mía. Yo creo en ella, sobre todo porque nos viene de arriba, pero también, porque más de una vez la he utilizado, y nunca inútilmente. Abra usted un libro del Nuevo Tes– tamento, y en la epístola del apóstol Santiago, capítulo 5, versículo 13, la encontrará: «¿Alguno .de vosotros ha caído en tristeza? Ha– ga oración.» No siempre al orar nos viene el fulminante remedio de aquello que es causa de nuestra tris– teza. Frecuentemente no es así; y la situación angustiosa sigue, y la enfermedad sigue, y la in– comprensión sigue, y lo que nos asusta, no se aleja... Pero el alma termina respirando más serena, notablemente aliviada ¿Por qué? Porque la oración verdadera es un compartir con Dios el peso que nos agobia; y peso así com– partido, tiene que resultar mucho menos opri– mente. De las cosas más saludables que se han escri– to en los libros santos es este texto de la 1.a car– ta de San Pedro (5, 7): «Humillaos bajo la pode– rosa mano de Dios, para que a su tiempo os exalte, descargando en El todas vuestras preocu– paciones, ya que El cuida de vosotros». El alma que se decida a probar y vivir toda esta enseñanza del apóstol, hallará resultados sorprendentes. 55

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