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E L 31 de julio de 1941 había una especial con– centración de desgraciados en el «Campo» nazi de Auschwitz, en los confines de la Po– lonia oprimida. El día anterior se había evadido un prisionero, y en represalia brutal tendrían que morir de hambre diez de los que allí estaban. El jefe del Campo, Frisch, recorría las filas: Tú... ,. tú... , tú... Al último «tú» replica un grito desga– rrador: «¡Mi mujer y mis hijos!» Un hombre jo– ven temblaba de desesperación. Pero el jefe sabe lo que tiene que hacer; morirán inexorablemente todos los señalados en la espantosa lotería. De pronto sale de las filas alguien que no ha sido llamado. El jefe levanta hacia él su pistola: ¿Qué quieres? -«Morir en lugar de ese otro: no puede dejar así a una mujer y unos niños.» Fue tachado un nombre; se escribió otro: Ray– mund Kolbe, núm. 16.670. El nuevo selecciona– do pasó al bunker de la muerte. ¡ 14 días de ago– nía!, la agonía de un hambre inacabable... Se destruía así, a los 46 años, la vida de Maximilian o Raymund Kolbe, franciscano polaco, el «caba– llero de la Inmaculada». También él amaba la vida, su vida; pero tenía sus ideas sobre el por– qué y el para qué de la misma... Amigo y hermano: en esta jornada, pvegúnta– te si verdaderamente estás justificando con algo o para algo, tu propio vivir. Ama la vida. Y que Dios te la conceda dicho– sa. Pero mira mucho, para qué te sirve. -«Nadie es más que otros, si no hace más que ellosi>. 53,

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