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veríamos como excelente, como lo mejor, en los demás? ¿No resulta vergonzoso que amemos tan– to la perfección en los otros, y que encontre– mos siempre motivos de justificación o excusa para nuestro flojo actuar en tantas ocasiones? Yo completaría la sentencia anterior añadien– do: «Trata de poner en ti mismo lo que tanto te gustaría ver en las personas que más amas». Porque cuando se quiere de verdad, con gran afecto entrañable, a una persona, ¡cómo encan– ta y hace felices el verla admirable en todo! El cariño nos hace particularmente sensibles a sus fallos, y aunque los perdonemos con toda generosidad, nos sentiríamos muy felices si los viéramos desaparecer. ¿Por qué no dar a cuan– tos nos quieren de corazón, la alegría de que nos encuentren cada día menos defectuosos? Empezando en esto por Dios, que nos ha ama– do como nadie, y ha puesto en nosotros demasia– das ilusiones. 44