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ble e impresionante constancia: la constancia de las olas en estrellarse y la constancia de las rocas en aguantar... Os parecerá tal vez pueril esta mi observación. Yo la creo, sin embargo, muy interesante. Y no sólo interesante, ¡hasta impresionante me resul– ta que las olas y las rocas lleven ya muchos -qui– zá muchísimos- milenios en su respectiva cons– tancia! Desde hace millones de años, las olas, unas en pos de otras, van hinchándose con gra– ve solemnidad, corren luego como hileras de transparentes leones con melena blanca, y aca– ban deshaciéndose en choques estruendosos ... Desde hace los mismos millones de años, las ro– cas, siempre en su sitio, aguantan inmutables y seguras el reventar del oleaje. Las rocas permanecen; las olas se suceden: ¿qué numero harán ya, éstas que yo veo ahora desmelenarse y pasar? En cambio, esta roca que hoy me sostiene a mí, sintió ya el rudo pisar de los hombres de las cavernas; y a ella bajaron luego, decenas de siglos más tarde, los celtas de los viejísimos «castros»; y desde ella conten– plaría más de un legionario romano el agitado mar de Cantabria; y en ella consumieron no po– cas inquietudes aquellos señores de la viejas estirpes de la Reconquista, que veían desplegán– dose hacia la costa a las temidas naves nor– mandas. Olas y rocas: Permanencia frente a vaiven y sucesión. Inmutabilidad frente a «modas» (las del vestir no son únicas, ni las más importan– tes). ¡Gran símbolo de la complicada realidad humana! 40

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