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MIRANDO AL MAR, SOÑE ... M E ha gustado siempre, teniendo oportuni– dad y tiempo, irme a la orilla del mar, sentarme allí solitariamente, sobJ:1e cual– quier roca o promontorio, y sumirme en apacible meditación. Es reconfortante el olor a algas y salitre. El chocar monótono de las olas parece arrullar el pensamiento... Sentado uno frente al mar, puede hacer mu– chas cosas: puede soñar con países lejanos, re– cordar las grandes gestas marinas, repetirse el bello romance del Conde Arnaldos, tararear la canción popular: «ese mar que ves tan bello es un traidor», o permanecer sin hacer nada, sin pensar nada, como bajo un hechizo, contemplan– do los giros de las gaviotas y escuchando a la vez los múltiples ruidos de la tierra y de las aguas. Para mí, la orilla del mar es sobre todo la observación, en actitud meditabunda, de una do- 39

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