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Estupor en la Naturaleza: por un revivir tan fuera y tan por encima de sus posibilidades. Estu– por en la Muerte: al comprobar cómo dejaba de ser la gran vencedora: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde, oh muerte, tu aguijón?» (1 Cor 15, 55). No sé cómo habrá quedado nuestro mundo pa– ra aquella hora final. Quizá su consumación sea un galopar de la Destrucción y del Caos ... Enton– ces, sobre los últimos humos de los escombros, y sobre las paredes que ya no sostienen nada; so– bre 1a tierra yerma, los caminos borrados y los sepulcros abiertos, aparecerá un horizonte de amanecer nunca visto. Y de las tinieblas y las rui– nas irán saliendo las criaturas humanas, libera– das y nuevas, como acabadas de crear, con can– dor de hermosura toda fresca. Y pondrán sus ojos en la Luz, con felicísimo estupor, mientras todo se llena con 1a música del hablar divino: « Y vi un nuevo cielo y una nueva tierra, pues el primer cielo y la primera tierra han desapare– cido... Y oí una gran voz, venida del Trono, que decía: «Esta es la mansión de Dios entre los hom– bres, y morará con ellos ... y enjugará toda lágri– ma de sus ojos, y la muerte no existirá ya más, ni habrá más llanto, ni duelo, ni trabajo, porque todo lo primero ya pasó. Y dijo el que estaba sentado en el Trono: 'He aquí que hago nuevas todas las cosas'» (Ap 21, 1-5). Los cipreses del noviembre cristiano cantan ya el «Aleluya». 379

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