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El gran San Agustín siguió hablando con augus– ta serenidad acerca de cosas impresionantes: la consumación de nuestra existencia temporal y del mundo presente, los acontecimientos espan– tables que acompañarán la liquidación del actual orden de cosas ... Cuando llegó, al fin, el momen– to de señalar la eterna quietud bienaventurada, que brillará para quienes ahora hayan sabido vi– gilar y estar preparados, la palabra del predica– dor salía penetrada de acento verdaderamente cá– lido: «¡Para aguardar fundadamente aquella eterna dicha y poder vivir de esta esperanza, nos hemos hecho cristianos!» -Se habían hecho cristianos unos hombres sensuales, norteafricanos ardien– tes, semibárbaros y semilatinos-. «¿No es verdad que nuestra esperanza no es de este siglo? Pues entonces ¡no pongamos en este siglo nuestro amor!» «Del amor de este siglo hemos sido arrancados por una llamada de lo alto, a fin de que vivamos en el amor y esperanza de otro siglo venidero.» De amor y de esperanza en una gloriosa vida futura tiene que alimentarse todo vivir cristiano. Pero no es precisamente esto lo que de ordina– rio se hace. Lo ordinario es «volcarse» sobre las cosas de esta vida... , cuyas horas -y satisfaccio– nes- se nos van cayendo irremisiblemente «como las nueces dañadas de un nogal en el silencio de una siesta». 375

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