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LA MUJER YERTA E N París ocurre, en proporción Cl'ecida, lo que ocurre en todas las ciudades de nues~ tro mundo: la vida es dura, y duramente se lucha por instalarse bien en ella. - Muchos lo pasan mal, por una u otra cau– sa; pero los que pueden, apuran todas las posibi– lidades de goce. - La preocupación y el sufrimiento van giran– do inexorablemente su visita a todos los hogares y a todos los escondrijos; pero en escondrijos y hogares lo que buscan todos es pasarlo bien. Y apenas se piensa más que en vivir, aunque to– dos los días se cuenten al menos por docenas los que mueren. En pocos días yo me he visto dos veces aquí cara a cara con la muerte. Las dos veces tenía ella cara de agraciada mujer marchita. Fue la primera en el Hospital Americano de Neully-sur-Seine, la zona residencial más apeteci- 367

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