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tenemos sencillamente la Verdad. Atenernos a ella es atenernos a lo que ES, aunque se nos ocul– te por ahora en zonas de misterio. Porque el recordarlo nos viene bien a todos, quede aquí, ordenado en varios puntos, el escla– recimiento cristiano de este gran misterio de nuestro morir: 1. La muerte es una de las consecuencias del pecado. «Por culpa de un hombre entró el peca– do en el mundo, y por el pecado, la MUER– TE» (Rm., 15, 12). 2. La Redención, triunfo de Cristo sobre la obra del pecado, tiene que ser también un triunfo sobre la muerte. En Cristo fue este triunfo com– pletísimo e inmediato: la Resurrección al tercer día. En nosotros tardará (antes hay que superar las consecuencias espirituales del pecado); pero llegará: «El último enemigo que será destruido es la muerte» (1 Cor., 15, 26). 3. Resulta, por tanto, maravillosamente cier– to lo del prefacio pascual: «El, Cristo, es el ver– dadero Cordero que limpia de sus pecados al inundo; con su muerte ha destruido nuestra muer– te, y con su resurrección ha reparado nuestra vida». 4. Las luces y seguridades de la fe no supri– men nuestra sensibilidad ante la fortísima impre– sión de la muerte; pero sí deben conseguir que «no nos contristemos como aquellos que no tie– nen esperanza» (l.ª Tes., 4, 13). 359

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